Pintor nacido en Caravaca de la Cruz, Rafael Tegeo Díaz (1798-1856), se erige como uno de los artistas murcianos más interesantes de la centuria decimonónica. Cursó estudios de pintura en la Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, bajo la dirección de Santiago Baglietto. En 1818, viajó a Madrid para continuar su formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí, fue discípulo del pintor José Aparicio. Determinante en su carrera fue la estancia italiana, fundamentalmente en Roma, que prolongó durante cinco años, adquiriendo fuertes influencias de Benvenutti y Camuccini, artistas de moda en la época. A su regreso a Madrid, en 1927, su nombre ya sonaba con fuerza en los círculos artísticos. Fue nombrado académico de mérito de la Academia de San Fernando, y en 1839 obtuvo el cargo de Teniente Director de esta institución.

La representación de cadáveres en los cuadros es un constante en la pintura del siglo XIX, tradición que retomó después la fotografía. De otro lado, el retrato infantil, motivo prolífico en este momento, adquiere en este tipo de piezas un singular sentido morboso en el que los parámetros academicistas se entreveran con postulados románticos. Así, presenta la figura de la niña reposando sobre un gran almohadón azul. Aparece ataviada con el traje del bautismo, plasmado con extremada delicadeza y primor, donde las telas destacan por los suaves y cálidos colores. La tragedia del asunto es corroborada por el crepúsculo que el pintor dispone al fondo, aunque el rostro sugiere una expresión durmiente y serena. De este modo, Tegeo pretende trascender la representación convirtiéndola en la expresión de una idea, al servicio de la cual pone todos los recursos que su oficio le suministra.

Fue adquirido por la Consejería de Educación y Cultura el treinta y uno de enero de 1986.

Pintura de mediano formato y estructura apaisada que mostraba mal estado de conservación. Así, la tela se hallaba muy detensada del bastidor observándose, además, tres pequeñas brechas en el tejido. 

El más importante escollo durante el proceso de intervención fue la existencia de una pertinaz y gruesa película de suciedad y barnices que cubría toda la superficie pictórica. Se trataba de una pátina de color amarillo pardo que ocultaba las verdaderas tonalidades cromáticas, sus originales veladuras y la propia factura del lienzo. Una vez recuperadas sus antiguas calidades y texturas se muestra una rica paleta donde descuellan los tonos rosados y violáceos transparentes, así como hermosas luces empastadas con blancos.

• Analítica y toma de muestras
• Tensado del lienzo
• Colocación de parches
• Limpieza química
• Estucado de carencias
• Reintegración cromática
• Protección final